Más allá de su intencionalidad, es un
hecho nada casual, que esta cultura deriva su éxito de ser enviada cuando más
problemas existen; es una realidad también, que captura la atención de gruesos
sectores de la población.
En 2000, estando en Inglaterra, me
llamó mucho la atención que, durante el curso de nivelación especializada
de Inglés que exigía mi empleador, una de las lecturas de referencia y debate
no era el asunto del manejo del cambio hacia la era de la información, el nuevo
rol del Reino Unido, su relación de subordinación a los Estados Unidos o el
quiebre norte - sur de la isla, sino que trataba sobre el escándalo derivado de
la tragedia de Tiger Lily.
Pienso que es preciso ponernos en
contexto. Tiger Lily es la hija de Paula Yates. Esta última era
la pareja de Michael Hutchence, un rock star por derecho propio,
y líder de la banda australiana INXS. El asunto es que Paula, groupie de
profesión (no sé muy bien si se puede considerar una carrera), terminó por
enamorar al líder de la banda Boomtown Rats, Bob
Geldof, por allá en los setenta del punk. Ya en los
ochenta, Paula cae rendida a los encantos de Hutchence, y mientras
sigue con Geldof, alimenta su romance durante una década con el australiano,
hasta que es concebida la niña. Ya divorciada de Geldof en los 90, y tras la
muerte del australiano, queda, gracias a su adicción a las drogas y al alcohol,
atrapada en el limbo, no sabe qué hacer con el dinero y lo disuelve en mini-botellas
de vodka acompañadas de heroína, hasta que muere; es su hija Tiger Lily quien,
en términos prácticos, descubre el cuerpo en su apartamento en Londres. Al
final, Tiger Lily es arrojada a un nuevo limbo (dejando de lado el imperio
fiscal que heredó de su padre), y Geldof se convierte en el héroe del día al
adoptarla, a pesar de ser la hija de su “rival”.
Esta telenovela del rock, es una típica
historia de la Gossipy Culture, la cultura del chisme, muy relacionada con la
explotación del voyeurismo humano, tema sobre el que trataron
mentes como Marcel Duchamp, durante el siglo XX. Prácticamente
todos los elementos de la historia referida, son asunto que solamente concierne
a la vida privada de 4 millonarios, son contar, claro está, el poco
transparente manejo fiscal de la fortuna de Hutchence, y sin embargo fueron
tema de discusión obligada durante el otoño británico del 2000.
Ahora salgamos del Reino Unido,
crucemos el Atlántico y aterricemos en países como Colombia, Ecuador, Perú,
Argentina. Se trata de naciones que están viviendo un período histórico
definitorio, en el cual se verá si finalmente se deciden o no a ser naciones
emergentes.
Veamos un noticiero de alguno de
estos países, en cualquiera de los canales principales. Durante media hora, los
televidentes son bombardeados con información descontextualizada (con honrosas
excepciones), y normalmente, esa información está redactada de manera tal
que produzca miedo y sobre todo, confusión.
Inmediatamente después, y normalmente
sin una cortina visual que al menos indique el cambio de tercio, aparece, en
formato pseudo informativo, pero difícil de diferenciar para el televidente
promedio, una presentadora muy llamativa, cuyo mayor talento consiste en
hablar como una niña de 12 años, mientras sugiere, con ropa diseñada para el
efecto, el cuerpo de una estrella de películas para adultos.
Ahora comienza el verdadero
noticiero, con análisis, contextualización, debate y crónica, que sin embargo
devela un giro trascendental: no habla de los temas que son importantes para el
país, sino de la vida privada de los “famosos” o “celebrities”, gente que
normalmente, no tiene mucho talento histriónico en escena, pero sí toneladas de
drama en sus vidas privadas. Se convierte en asunto de interés público aquello que
usan, con quien salen, con quien los vieron, cómo los vieron, sus “entrevistas”,
que son realmente guiones prediseñados por algún productor y enfocados en
publicitar la próxima novela.
Este “noticiero” tiene un espacio que
puede llegar a una hora de duración, y es condimentado por historias y cócteles
de chismes que también son alimentadas por narraciones sobre celebridades
mundiales destacadas o producidas artificialmente por algún sistema mediático.
Regresando a la isla europea, es el
caso del famoso matrimonio de Westminster, el sueño de la realeza
para muchos, adobado por toneladas de papeles impresos que han significado
millones de árboles cortados en momentos en que enfrentamos la sombra del
cambio climático. Ocupa también espacios de difusión en la parrilla de los
medios audiovisuales, que suman siglos de exposición. Recordemos que se trata
de esos mismos medios son aquellos que, por otro lado, se cierran normalmente a
propuestas alternas que juzgan “arriesgadas”. Sumar la pauta publicitaria asociada
a éste tipo de datos difundidos puede resultar obnubilante, si se considera que
proviene del esfuerzo social y corporativo de millones de clientes y
trabajadores.
El mundo vive un punto de quiebre en
el cual el comportamiento social a nivel económico, ambiental, cultural e
identitario está pasando lentamente de un entendimiento superficial, a una
comprensión más profunda. Sin embargo, es claro que aún estamos lejos de contar
con una predominancia de medios masivos que contribuyan a reflexionar sobre
nuestro rol como personas y ciudadanos. La mayor porción de la información
masiva, insiste en entregarnos una colección de chismes diseñados para sentir
que no es necesario saber quiénes somos, el por qué estamos aquí y cuál es
nuestra función en el mundo.
Esto último supone enfrentar un
quiebre semántico, porque nos enfrentamos a poblaciones dispuestas a consumir
aquello que, o no les sirve o incluso, les entrega información que los
inmoviliza, y que resulta ser el irónico premio a su esfuerzo laboral. El
mensaje es claro y fuerte, aunque escondido en la dimensión de lo tácito: “tu
vida no es tan importante como la de los modelos que te ofrecemos, y así lo has
escogido.”
Una explicación cercana tendría que
ver con falta de autoestima, según la cual, muchas personas, abandonan la idea
de hacer algo por sus vidas, y consumen distractores, con tal de no actuar;
estaríamos hablando de poblaciones dependientes de "padres"
(gobierno, medios, líderes mainstream de opinión), que les venden
objetivos e ilusiones, con una visita voyeurista al mundo que el público
termina por creer es ideal.
Andy Warhol, mencionado por Stephen Koch, hablaba de la obliteración del yo, o difuminado de
la identidad propia, a través del bombardeo de la información. Para Warhol,
ello podría crear un campo vacío que impulsaría la liberación de la percepción
humana, aunque en realidad, y según lo observado desde los años 50, la
personalidad del "sujeto" se hace proclive a convertirse en el pincel
de un emisor, o a materializarse en el producto mismo de un gatekeeper
(aquél que controla un medio).
Para Paul Virilio, en
su crítica de medios, la situación se concentra en el manejo de la velocidad
mediática, generadora de una desubicación temporal y espacial del espectador, y
catalizadora del proceso de su mediatización, esto es, del sometimiento de la
personalidad al control de sus acciones, respuestas y opiniones, a manos de
agentes productores de un status quo.
Frente a esto se erige el concepto de
Identidad; el mismo trata sobre la disciplina que permite
desarrollar un verdadero estilo, en virtud del trabajo activo en su definición,
de la aceptación de la función y misión personales y grupales, de la coherencia
expresada, de la consistencia argumentada y de la acción persistente, para
obrar y percibir en consecuencia de quiénes somos. La identidad
reflexionada nos permite desarrollar la mejor versión no del otro, sino
de nosotros mismos.
No significa lo expresado, que gran
parte del mundo no tenga identidad hoy día. Significa que esa identidad, para
obrar positivamente en nuestra existencia requiere que reflexionemos y seamos
consecuentes en ella y con ella. Ello, debe ser aclarado, no puede
implicar el autoritarismo, el chauvinismo, que son, al final del día,
reacciones infantiles que, como la imitación vacua, también demuestran
falta de autoestima y de entendimiento de la identidad personal y social.
Hoy, la identidad práctica de grandes
porciones de la humanidad es una suerte de No Identidad o “Aidentidad”,
la no semántica, es decir, la ausencia de significado, la negación a la identidad
tácita, donde estaría la respuesta al desarrollo social.
Ésta última no se ha perdido, pero en la práctica no
cumple en grandes sectores poblacionales función alguna, cuando no es
trabajada activamente en la vida, mientras es reemplazada por la
contemplación de un circo mediático masivo, mismo que, por causa de la
mediatización de unos y la anuencia de otros es un circo real, muy real, más
allá de la fantasía de una boda en Westminster que acaso significará para un país
en el planeta, un ligero incremento en la afluencia de turistas y también un
severo llamado de atención sobre su abandono en el manejo de la economía, la
juventud y el desarrollo.
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