miércoles, 27 de abril de 2011

@ Medios. Westminster: Un circo real.

Personalmente, admiro la arquitectura y respeto la historia de la célebre abadía, ícono milenario de la cultura Normanda fusionada con los sustratos sajón, celta y latino, pero a la luz de la “Gossipy Culture” se convierte en un extraño producto derivado de la agónica sociedad industrial, basada en la repetición masiva.

Más allá de su intencionalidad, es un hecho nada casual, que esta cultura deriva su éxito de ser enviada cuando más problemas existen; es una realidad también, que captura la atención de gruesos sectores de la población.

En 2000, estando en Inglaterra, me llamó mucho la atención que, durante el curso  de nivelación especializada de Inglés que exigía mi empleador, una de las lecturas de referencia y debate no era el asunto del manejo del cambio hacia la era de la información, el nuevo rol del Reino Unido, su relación de subordinación a los Estados Unidos o el quiebre norte - sur de la isla, sino que trataba sobre el escándalo derivado de la tragedia de Tiger Lily.

Pienso que es preciso ponernos en contexto. Tiger Lily es la hija de Paula Yates. Esta última era la pareja de Michael Hutchence, un rock star por derecho propio, y líder de la banda australiana INXS. El asunto es que Paula, groupie de profesión (no sé muy bien si se puede considerar una carrera), terminó por enamorar al líder de la banda Boomtown RatsBob Geldof, por allá en los setenta del punk. Ya en los ochenta, Paula  cae rendida a los encantos de Hutchence,  y mientras sigue con Geldof, alimenta su romance durante una década con el australiano, hasta que es concebida la niña. Ya divorciada de Geldof en los 90, y tras la muerte del australiano, queda, gracias a su adicción a las drogas y al alcohol, atrapada en el limbo, no sabe qué hacer con el dinero y lo disuelve en mini-botellas de vodka acompañadas de heroína, hasta que muere; es su hija Tiger Lily quien, en términos prácticos, descubre el cuerpo en su apartamento en Londres. Al final, Tiger Lily es arrojada a un nuevo limbo (dejando de lado el imperio fiscal que heredó de su padre), y Geldof se convierte en el héroe del día al adoptarla, a pesar de ser la hija de su “rival”.

Esta telenovela del rock, es una típica historia de la Gossipy Culture, la cultura del chisme, muy relacionada con la explotación del voyeurismo humano, tema sobre el que trataron mentes como Marcel Duchamp, durante el siglo XX. Prácticamente todos los elementos de la historia referida, son asunto que solamente concierne a la vida privada de 4 millonarios, son contar, claro está, el poco transparente manejo fiscal de la fortuna de Hutchence, y sin embargo fueron tema de discusión obligada durante el otoño británico del 2000. 

Ahora salgamos del Reino Unido, crucemos el Atlántico y aterricemos en países como  Colombia, Ecuador, Perú, Argentina. Se trata de naciones que están viviendo un período histórico definitorio, en el cual se verá si finalmente se deciden o no a ser naciones emergentes.

Veamos un noticiero de alguno de estos países, en cualquiera de los canales principales. Durante media hora, los televidentes son bombardeados con información descontextualizada (con honrosas excepciones),  y normalmente, esa información está redactada de manera tal que produzca miedo y sobre todo, confusión.

Inmediatamente después, y normalmente sin una cortina visual que al menos indique el cambio de tercio, aparece, en formato pseudo informativo, pero difícil de diferenciar para el televidente promedio,  una presentadora muy llamativa, cuyo mayor talento consiste en hablar como una niña de 12 años, mientras sugiere, con ropa diseñada para el efecto,  el cuerpo de una estrella de películas para adultos.

Ahora comienza el verdadero noticiero, con análisis, contextualización, debate y crónica, que sin embargo devela un giro trascendental: no habla de los temas que son importantes para el país, sino de la vida privada de los “famosos” o “celebrities”, gente que normalmente, no tiene mucho talento histriónico en escena, pero sí toneladas de drama en sus vidas privadas. Se convierte en asunto de interés público aquello que usan, con quien salen, con quien los vieron, cómo los vieron, sus “entrevistas”, que son realmente guiones prediseñados por algún productor y enfocados en publicitar la próxima novela.  

Este “noticiero” tiene un espacio que puede llegar a una hora de duración, y es condimentado por historias y cócteles de chismes que también son alimentadas por narraciones sobre celebridades mundiales destacadas o producidas artificialmente por algún sistema mediático.

Regresando a la isla europea, es el caso del famoso matrimonio de Westminster, el sueño de la realeza para muchos, adobado por toneladas de papeles impresos que han significado millones de árboles cortados en momentos en que enfrentamos la sombra del cambio climático. Ocupa también espacios de difusión en la parrilla de los medios audiovisuales, que suman siglos de exposición. Recordemos que se trata de esos mismos medios son aquellos que, por otro lado, se cierran normalmente a propuestas alternas que juzgan “arriesgadas”. Sumar la pauta publicitaria asociada a éste tipo de datos difundidos puede resultar obnubilante, si se considera que proviene del esfuerzo social y corporativo de millones de clientes y trabajadores.

El mundo vive un punto de quiebre en el cual el comportamiento social a nivel económico, ambiental, cultural e identitario está pasando lentamente de un entendimiento superficial, a una comprensión más profunda. Sin embargo, es claro que aún estamos lejos de contar con una predominancia de medios masivos que contribuyan a reflexionar sobre nuestro rol como personas y ciudadanos. La mayor porción de la información masiva, insiste en entregarnos una colección de chismes diseñados para sentir que no es necesario saber quiénes somos, el por qué estamos aquí y cuál es nuestra función en el mundo.

Esto último supone enfrentar un quiebre semántico, porque nos enfrentamos a poblaciones dispuestas a consumir aquello que, o no les sirve o incluso, les entrega información que los inmoviliza, y que resulta ser el irónico premio a su esfuerzo laboral. El mensaje es claro y fuerte, aunque escondido en la dimensión de lo tácito: “tu vida no es tan importante como la de los modelos que te ofrecemos, y así lo has escogido.”

Una explicación cercana tendría que ver con falta de autoestima, según la cual, muchas personas, abandonan la idea de hacer algo por sus vidas, y consumen distractores, con tal de no actuar; estaríamos hablando de poblaciones dependientes de "padres" (gobierno, medios, líderes mainstream de opinión),  que les venden objetivos e ilusiones, con una visita voyeurista al mundo que el público termina por creer  es ideal.

Andy Warhol, mencionado por Stephen Koch,  hablaba de la obliteración del yo, o difuminado de la identidad propia, a través del bombardeo de la información. Para Warhol, ello podría crear un campo vacío que impulsaría la liberación de la percepción humana, aunque en realidad, y según lo observado desde los años 50,  la personalidad del "sujeto" se hace proclive a convertirse en el pincel de un emisor, o a materializarse en el producto mismo de un gatekeeper (aquél que controla un medio).  

Para Paul Virilio, en su crítica de medios, la situación se concentra en el manejo de la velocidad mediática, generadora de una desubicación temporal y espacial del espectador, y catalizadora del proceso de su mediatización, esto es, del sometimiento de la personalidad al control de sus acciones, respuestas y opiniones, a manos de agentes productores de un status quo. 

Frente a esto se erige el concepto de Identidad; el mismo trata sobre la disciplina que permite desarrollar un verdadero estilo, en virtud del trabajo activo en su definición, de la aceptación de la función y misión personales y grupales, de la coherencia expresada, de la consistencia argumentada y de la acción persistente, para obrar y percibir en consecuencia de quiénes somos. La identidad reflexionada nos permite desarrollar la mejor versión no del otro, sino de nosotros mismos.

No significa lo expresado, que gran parte del mundo no tenga identidad hoy día. Significa que esa identidad, para obrar positivamente en nuestra existencia requiere que reflexionemos y seamos consecuentes en ella y con ella. Ello, debe ser aclarado,  no puede implicar el autoritarismo, el chauvinismo, que son, al final del día, reacciones infantiles que, como la imitación vacua,  también demuestran falta de autoestima y de entendimiento de la identidad personal y social.

Hoy, la identidad práctica de grandes porciones de la humanidad es una suerte de No Identidad o “Aidentidad”, la no semántica, es decir, la ausencia de significado, la negación a la identidad tácita, donde estaría la respuesta al desarrollo social. 

Ésta última no se ha perdido, pero en la práctica no cumple en grandes sectores poblacionales función alguna,  cuando no es trabajada activamente en  la vida, mientras es reemplazada por la contemplación de un circo mediático masivo, mismo que, por causa de la mediatización de unos y la anuencia de otros es un circo real, muy real, más allá de la fantasía de una boda en Westminster que acaso significará para un país en el planeta, un ligero incremento en la afluencia de turistas y también un severo llamado de atención sobre su abandono en el manejo de la economía, la juventud y el desarrollo.